El agua: la arquitecta del paisaje del Poniente de Granada

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Cuando los visitantes llegan por primera vez al Poniente de Granada, lo que ven es piedra. Piedra en los tajos verticales de Alhama, piedra en las atalayas que coronan cerros estratégicos, piedra en las paredes calizas que abrazan el Polje de Zafarraya. Pero lo que realmente contemplan, sin saberlo, es agua. Agua solidificada en roca, agua fosilizada en paisaje, agua convertida en memoria geológica.

Este territorio no tiene agua como un recurso más entre tantos. El Poniente de Granada es agua. Es el resultado de cinco millones de años de trabajo incansable de este elemento, que gota a gota, siglo tras siglo, ha esculpido, disuelto y reconstruido uno de los paisajes kársticos más complejos de la península ibérica.

 

Cuando el agua escribía con ácido

 

Para entender la paciencia del agua como arquitecta, hay que comprender su método de trabajo. El agua de lluvia, aparentemente inocente, se transforma en artista cuando atraviesa el suelo. Allí se enriquece con dióxido de carbono procedente de la respiración de millones de organismos y de la descomposición de materia orgánica, convirtiéndose en un ácido carbónico débil pero implacable.

Esta agua ligeramente acidificada encuentra entonces su lienzo: las calizas del Jurásico, rocas formadas hace más de 170 millones de años, cuando mares tropicales cubrían lo que hoy es Andalucía. El carbonato cálcico, ese mineral aparentemente inalterable que forma montañas enteras, se rinde ante el ácido. Molécula a molécula, la roca caliza se disuelve transformándose en bicarbonato cálcico, una sal soluble que el agua arrastra consigo hacia las profundidades.

El ritmo es casi imperceptible: aproximadamente cinco milímetros cada cien años. Pero cuando multiplicas esa velocidad por cinco millones de años, el resultado es una transformación radical del paisaje. Lo que hoy contemplamos como los tajos de más de 50 metros de altura en Alhama, las dolinas que salpican Sierra Gorda, o el espectacular Polje de Zafarraya —la mayor depresión kárstica de la península ibérica con sus 10 kilómetros de longitud— son las huellas visibles de este diálogo milenario entre el agua y la piedra caliza.

 

La Sierra Gorda: una esponja de piedra

 

Sierra Gorda de Loja
Sierra Gorda de Loja.

Sierra Gorda no es simplemente una barrera montañosa que delimita el Poniente. Es, en palabras de los geólogos, «el más complejo modelo de holokarst de la provincia de Granada». El término holokarst designa un territorio donde prácticamente todas las formas posibles del relieve kárstico están representadas: lapiaces que surcan la superficie rocosa como dedos gigantescos, dolinas que se hunden en la tierra, poljes que crean valles cerrados, y todo un universo subterráneo de galerías, simas y cavernas invisibles desde la superficie.

En los 300 kilómetros cuadrados de este macizo carbonatado, el agua ha creado uno de los mayores acuíferos del sur de España. Durante milenios, el agua se ha infiltrado por cada grieta, excavando pacientemente un laberinto tridimensional. Lo que desde arriba parece roca sólida es, en realidad, una estructura porosa comparable a una esponja gigantesca de piedra donde el agua circula por rutas secretas.

Esta red subterránea explica uno de los fenómenos más sorprendentes del territorio: la abundancia de manantiales. Esas 315 fuentes y nacimientos que brotan por todo el Poniente no son casuales. Son los puntos de salida de un sistema hidráulico natural tallado durante millones de años, donde el agua que se infiltró en las alturas, resurge en las cotas más bajas, enriquecida en minerales y, en algunos casos, calentada por el contacto con capas geológicas profundas —como ocurre en las termas de Alhama.

 

El Polje de Zafarraya: cuando el mar se retiró

 

Sumidero del Polje de Zafarraya.
Sumidero del Polje de Zafarraya.

El Polje de Zafarraya merece un capítulo aparte en esta historia del agua como constructora de paisajes. Esta depresión cerrada de fondo completamente plano, rodeada por montañas calizas que superan los 2.000 metros en La Maroma, es el resultado de una compleja historia geológica donde el agua ha sido la protagonista indiscutible.

Durante el Mioceno —hace entre 23 y 5 millones de años—, un brazo de mar invadió esta zona. El mar Tortoniense depositó sedimentos —las llamadas molasas— que fosilizaron el relieve hasta alturas de 1.200 metros. Cuando el mar se retiró, el agua de lluvia y los ríos comenzaron su trabajo de desmantelamiento. Pero en lugar de crear valles que drenaran hacia el exterior, el agua encontró un camino más rápido: hacia abajo.

Las calizas jurásicas, con sus grietas y fracturas, ofrecían rutas directas hacia el subsuelo. El agua comenzó a circular verticalmente, disolviendo la roca desde dentro, creando cavidades cada vez mayores. Movimientos tectónicos posteriores acentuaron el hundimiento, y finalmente el agua labró los sumideros —los llamados ponors— que hoy absorben todas las aguas superficiales del valle.

El resultado es paradójico: un valle cerrado en pleno corazón montañoso, sin salida aparente para el agua, que sin embargo nunca se convierte en lago permanente porque todo el caudal del Arroyo de la Madre y sus afluentes desaparece bajo tierra, alimentando el gran acuífero de Sierra Gorda. Solo en años de lluvias excepcionales, cuando la capacidad de absorción de los sumideros es superada, el polje se inunda temporalmente, recordándonos que estamos ante un paisaje en constante transformación.

 

Los Tajos de Alhama: escultura fluvial en arenisca

 

Tajos de Alhama de Granada.
Tajos de Alhama de Granada.

Si Sierra Gorda y el Polje de Zafarraya nos muestran el poder del agua infiltrada, los Tajos de Alhama revelan la fuerza del agua superficial. El río Alhama ha excavado durante millones de años un conjunto de cañones y paredes verticales de más de 50 metros de profundidad en calcarenitas bioclásticas y conglomerados del Mioceno.

Estas rocas, más jóvenes que las calizas jurásicas de Sierra Gorda —tienen «sólo» entre 15 y 20 millones de años—, son también más blandas. El resultado es una erosión diferencial: el agua ha socavado la base con mayor rapidez, creando esas paredes prácticamente verticales que hoy caracterizan el monumento natural.

Pero la escultura no es solo obra del fluir tranquilo del río. Los terremotos que periódicamente han sacudido esta zona han provocado desprendimientos de rocas que han modificado el perfil de los tajos. El agua y la tectónica han trabajado juntas: una excavando pacientemente, la otra añadiendo dramatismo con colapsos repentinos que reformulan el paisaje en segundos.

 

Un museo geológico a cielo abierto

 

Recorrer el Poniente de Granada es atravesar millones de años de historia hidrológica. En las paredes de los tajos pueden observarse, incrustadas en la arenisca, conchas fosilizadas de organismos marinos del Mioceno —testigos de cuando estas tierras estaban bajo el agua del mar.

En las superficies calizas, los lapiaces muestran los surcos y acanaladuras dejados por el agua de escorrentía, grabando patrones geométricos en la roca.

En el fondo del Polje de Zafarraya, las arcillas de descalcificación —la terra rossa— son el residuo insoluble que queda tras la disolución de toneladas de caliza.

Y bajo tierra, en las cavidades que los espeleólogos exploran, las estalactitas y estalagmitas crecen milimétricamente año tras año mediante un proceso inverso: el agua saturada de carbonato cálcico precipita ese mineral al evaporarse, construyendo lentamente las esculturas que adornan las grutas.

 

El agua sigue trabajando

 

Este no es un paisaje terminado, fosilizado en el tiempo. Es un territorio vivo donde el agua continúa su labor transformadora. Cada tormenta arrastra sedimentos y disuelve más roca. Cada manantial transporta minerales desde las profundidades hacia la superficie. Los sumideros del Polje de Zafarraya siguen absorbiendo agua y excavando las entrañas de Sierra Gorda.

Los geólogos calculan que el proceso de karstificación puede tardar millones de años en desarrollarse completamente, pasando por tres fases: juventud (formación de lapiaces superficiales), madurez (creación de grutas y cavernas, desarrollo de dolinas) y senilidad (cuando la erosión superficial expone las cavidades internas). El Poniente de Granada muestra ejemplos de las tres fases conviviendo en distintas zonas, un testimonio de la complejidad temporal y espacial de estos procesos.

 

Una lección de paciencia geológica

 

Quizás la mayor enseñanza de este territorio es la del tiempo profundo. Contemplar los Tajos de Alhama o el Polje de Zafarraya es asomarse a escalas temporales que desafían nuestra comprensión humana. Cinco millones de años. Doscientos mil siglos. El tiempo suficiente para que el agua, elemento aparentemente efímero y vulnerable, se convierta en el escultor más poderoso del planeta.

El Poniente de Granada no se entiende sin comprender esta relación fundamental: no es un territorio con agua, es un territorio hecho de agua. Cada tajo, cada surgencia, cada pared vertical de caliza, cada valle cerrado, cuenta la historia de este elemento que, con la paciencia de lo eterno, ha construido uno de los paisajes más singulares de Andalucía.

Cuando camines por los senderos del Poniente, cuando contemples los miradores, cuando bebas de sus fuentes, recuerda: estás pisando agua solidificada, observando el trabajo de millones de años, degustando la memoria líquida de un territorio que lleva la huella indeleble de su arquitecto más constante.

 

Las formaciones geológicas del Poniente de Granada constituyen un patrimonio natural de valor excepcional. La Sierra Gorda está catalogada como Lugar de Importancia Comunitaria (LIC) por su complejidad kárstica, el Polje de Zafarraya ha sido objeto de numerosos estudios científicos internacionales, y los Tajos de Alhama ostentan la categoría de Monumento Natural y están catalogados como Paisaje Sobresaliente en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz.